Corona castigo de Dios

Me da vergüenza ajena reconocer que debe haber o hay algunos “cristianos” que han sostenido o sostienen que una epidema como la actual, puede ser un “castigo de Dios”. Tales ideas suenan en mis oídos como propias de alguna secta norteamericana o como alguna idea retrógrada importada a América por los “padres peregrinos” o algo similar. 

A lo mejor, algo propio de una secta precolombina que pretendía apaciguar a los diosos con sacrificios humanos. O lograr sus favores. Hace poco, supe que los “germanos” sacrificaban a princesas vírgenes a sus dioses. El “hombre de paja” parece estar más presente en nuestros días de lo que deberíamos temer.

Nunca en mi vida de cristiana, escuché nada así, ni nada parecido, ni similar, ni nada que se pudiera confundir con alguna tesis del estilo “enfermedad igual castigo divino”. Lo único que recuerdo relacionado con un castigo del más allá, es el refrán que alguno de ustedes conocerán, según el cual, “Dios castiga, pero no a palos”. Qué significado tendrá el refrán -aparte de sonar muy divertido- escapa a mis conocimientos o a lo que pueda llegar a imaginar. No tengo idea de lo que pueda significar.

Pero parece que sí, que hay gente, a lo largo de la historia, que ha creído -o incluso cree- que una epidemia es un castigo divino. Recuerdo que, en los comienzos de la pandemia del Sida, había voces norteamericanias que también lo sostenían o que sostenían algo por el estilo. A mi modo de ver, tales ridiculeces no merecen siquiera ser escuchadas.

Pero parece que este tipo de pensamiento (si es que se le puede llamar “pensamiento”) también ha estado presente durantes siglos en Europa. O al menos, en Alemania. 

La mejor respuesta que he escuchado fue la de un obispo africano, de paso por Alemania, durante una misa de domimgo en la ciudad donde vivo y a la que asistí por casualidad, ya que la misa de mi pueblo, por alguna razón que no recuerdo, se había suspendido. Sí, llegamos a misa y no había misa, así que nos tuvimos que ir a la ciudad.

El obispo africano -les confieso que no recuerdo de qué país era- se refirió, en su prédica, al tema de las enfermedades. Y dijo que alguna gente creía que las enfermedades eran el castigo por nuestros pecados. A continuación se preguntó: ¿un perro también se enferma? Pregunta que, obviamente, respondió afirmativamente. Y entonces hizo ver que un perro no podía competer ningún pecado. Ergo, si el perro se enfermaba, no podía ser consecuencia de un presunto pecado. Y esto, se aplica a toda la Creación.

Tenía razón el obispo africano: ni en el caso de un perro, ni en el de un ser humano, la enfermedad puede ser consecuencia de un pecado. Ni tampoco la enfermedad generalizada en una epidemia, ni en una pandemia. Sostener algo así es, por lo menos antediluviano, producto de gente simplona o lisa y llanamente, producto de una manera terriblemente supersticiosa de ver el mundo. 

Comentarios